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La Esquina de la Calavera en Huamantla 

Con la temporada de Día de Muertos resurge una historia de amor que tuvo un trágico final; la leyenda da pie a ofrendar año con año una muestra de arte. Alina Fernández Corresponsal Huamantla es un lugar rico en tradiciones y leyendas, una de éstas es la de La Calle de la Calavera. La historia ha dado pie a una práctica cultural que consiste en pintar un mural para recordar el eterno amor de Julia y Pedro.

Cuenta la tradición, que a principios del último tercio de del siglo 19, en la hoy calle Allende Norte, no muy distante del templo de la Santísima, vivía una bella joven llamada Julia, hija de padres acaudalados. Muy en contra de la voluntad de padres y hermanos, esta preciosa mujer andaba en amores con un muchacho llamado Pedro, pero que éste era de una cuna muy humilde y pobre. La oposición de los padres de Julia para que ésta tuviera relaciones amorosas con su pretendiente, se debía a que éste no era de la posición social y económica en que ellos estaban colocados, trataban a toda costa de que su hija se prendara de otro joven quien igualmente con sus galanteos intentaba conquistar su cariño, ya que este último gozaba de una posición privilegiada. Pero Julia hacía caso omiso de las amonestaciones de sus padres y hermanos, así como de las demostraciones de cariño de su segundo pretendiente; para ella no había más ley que los impulsos de su corazón y el amor a Pedro. Por tales razones, padres y hermanos optaron por dar fin a todo trance a ese romance y... una noche en que Pedro se había situado en una esquina de la calle Allende y Galeana para esperar allí como siempre a su idolatrada Julia, intempestivamente fue sorprendido por los hermanos de ésta, por quienes en forma cobarde fue atacado y villanamente asesinado. Momentos después la ronda nocturna descubriría el macabro hallazgo; y una vecina que sabía de los amoríos aquellos, corrió a dar parte a la nana (mujer que había cuidado a Julia desde muy pequeña), y ella, quien era igualmente su confidente, en forma discreta se encargó de comunicarle lo acontecido. Como una loca salió Julia hasta llegar al lugar donde se encontraba su novio muerto; acto seguido, llorando desesperadamente se postró en el suelo abrazándolo sin querer desprenderse de él. Como pasaba mucho tiempo y los padres de Julia notaban su ausencia, la “nana” tuvo que hacerles saber en que lugar estaba su hija; y después de llegar al lugar de la escena, a duras penas lograron desprender a su querida hija quien de ninguna manera se hubiera querido separar del cadáver de su infortunado prometido.

Los autores del crimen se dieron a la fuga; el cadáver fue sepultado en el cementerio de El Calvario, el recuerdo de la tragedia se iba borrando, los padres de Julia en parte habían saciado sus deseos, pero... en Julia se ahondaba cada día más aquel drama pasional. Se le veía a diario estar hundida en honda tristeza; casi no comía, no platicaba con nadie más que con su nana, sus ojos se le notaban más profundos y su constitución física cada día iba decayendo hasta tomar un aspecto cadavérico.

Los transeúntes que recorrían por las mañanas la esquina se daban cuenta de que en el lugar del crimen aparecía una nueva ofrenda de frescas flores allí cuidadosamente colocadas; más tarde el calor de los rayos solares de todo el día marchitaban totalmente aquel conjunto floral, pero como arte de milagro al día siguiente como en cada amanecer, aparecían sustituidas por otras nuevas y fragantes. Era que Julia, por las noches, devotamente no cesaba de colocar esa ofrenda en donde cayó muerto el hombre a quien amaba. La enfermedad y la tristeza más y más se acentuaban en Julia hasta que una noche, sus padres notaron que la ausencia de su hija se prolongaba.

Presintiendo algo, la nana, discretamente, salió a buscarla en el lugar en donde sabía que acostumbraba depositar los ramos de flores. Después de fuerte impresión causada por una infausta y escalofriante sorpresa, regresó para avisar a sus amos que Julia se encontraba muerta, con un ramo de flores en las manos, en el lugar en que habían matado a Pedro. Tras ir a recoger a su querida hija, llegaron a la conclusión de que su muerte se debió al agotamiento físico y a la infinita tristeza que embargaba a su alma; y fue entonces cuando comprendieron el mal que le habían hecho a su hija al impedir el noviazgo con su idolatrado Pedro, y así consideraron el inmenso mal que ellos mismos se habían hecho.

Después de ser velada Julia esa noche así como la siguiente, al tercer día sus padres optaron por que fuese sepultada junto a la tumba del hombre a quien había amado tanto. Y así, aquellos jóvenes que se amaron en la plenitud de sus vidas, sin poder lograr sus más caros sueños dormían para siempre, muy cerca el uno del otro, el eterno sueño de la muerte.

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